Por alguna razón los olores de los últimos días me recuerdan los mismos días de hace muchos años. Tal vez sea la expectativa del viaje, la idea de que voy a volver a tener vacaciones en la forma en que las conocí por muy poco tiempo cuando era niño, ensardinado por horas en un bus o un carro mientras afuera el paisaje cambiaba hasta convertirse en otra cosa, la superficie de otro planeta que se me metía por la nariz.
Tal vez sea la fecha. Pero no creo, porque en ese caso sería cosa que se repite cada año y algo que tiene en esta ocasión es una mezcla de descubrimiento y déjà vu por volver a abrir, sin querer, sin darme cuenta, la caja de cachivaches, la mesa de noche. (Esperen una taxonomía de las sensaciones que produce abrir una mesita de noche.) Este año, en cambio, ni las luces de navidad pudieron emocionarme, de tan solar que estoy.
El sol, los charcos, las cobijas al levantarme, los ruidos de la calle, el paso de los buses, todos huelen a paseos por Ibagué o Santa Marta o Bucaramanga o Cali. Es un mundo húmedo, nítido, tan elemental como un piscinazo, donde el pan sigue estando a una cuadra o dos y sigue valiendo lo mismo, pero sabe totalmente diferente. Los días, como cualquier vida, están llenos, aunque sea de desespero por el ocio. Todo zumba, todo está vivo e inquieto. Así, en medio de una hiperestesia febril, me imagino que debería terminar el mundo.
martes, diciembre 23, 2008
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1 comentario:
Yo vere, me quedo a la espera de la taxonomia, eso si, tienes hasta el otro año, ahi esta...
Te quiero :)
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