martes, mayo 15, 2007
Fragmentos de diarios apócrifos
13 de mayo, noche. Esta tarde caminé por la Avenida Suárez Verdi tarareando una canción que me sé a medias y que resultó ser la misma que cuatro cuadras más adelante tocaba un ciego en un acordeón con un sonido misteriosamente francés. Acordeón nacional de sonido importado, pensé. El sentimiento de extranjería se acentuó entonces y con él ese comodín fastidioso y obligatorio que es la no pertenencia. Me sentí dispuesto a regalarme a la primera persona con quien se cruzaran nuestras miradas con tal de deshacerme de ella y ser un alguien en algún lugar, así fuera encima de una repisa o del hogar y bailando con porcelanas infulares hasta llevarlas al borde y atormentarlas un poco o mucho con el suelo allá abajo, o no atormentarlas sino pasar de una vez al sadismo irresponsable de desbaratar casa ajena (quién los manda) comenzando con una invocación a la escoba y el recogedor. Pero la fantasía se desvaneció sin sonido de burbuja plateada que estalla y yo mientras tanto había avanzado dos cuadras más. Paso lento y sin ambición, a paso lento y sin ambición, a un paso lento y sin ambición.
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