sábado, julio 07, 2007

Johanna y Valeria y los vampiros y yo

Algo tendría que hacer ella ese día y ni idea de qué pasaba entonces por la cabeza de los cine clubes, si es que tienen una aparte de la de dotación de quien los dirige, pero junto con Betty Blue y Saló se repetía Valeria y los vampiros como si fuera un cuento de Caicedo. Johanna me había dicho ya varias veces que quería ver la película y yo, hasta el momento, no la había oído mentar y no imaginaba de qué iba. Las cosas cambian y hoy no recuerdo de qué va. Nos despedimos en la puerta o cerca de la puerta del lugar al que ella tenía que ir de cualquier manera y después de dos cuadras de ocio meditativo cogí el bus y me fui a El Muro. Qué me pasaba a mí por la cabeza, si es que tengo una, no tengo ni idea. Al final ni entendí la película y sólo tengo la imagen de unas gotas de sangre cayendo sobre el pasto y de unos tipos con látigos corriendo por la calle y gritando. Traté de meter la imagen de los látigos en una historia que estuve tramando años después, también con vampiros, pero la falta de atención del mundo exterior terminó matándola. Los pobres vampiros no murieron por insolación sino de desolación.
Tampoco me acuerdo de lo que pasaba la tarde en que se destapó la verdad, pero creo recordar que hice un comentario del tipo torpe: “En Valeria y los vampiros pasa algo parecido”. Johanna abrió los ojos: “¿La viste?” Mierda. “Pero habíamos quedado de ir a verla juntos… ¿Cuándo la viste?” Justo el día en que ella no podía. Sin espejos, me vi asquerosamente miserable y me dio miedo de lo más peor que se me ocurría en esa época. También creo que pensé que botarme por una película sería muy elemental, pero bueno, terminar una relación puede ser un acto de lo más elemental. Las cosas no terminaron allí, de eso estoy casi seguro, pues tengo otros recuerdos que lo discuten (a menos que me los haya inventado, y ahí sí tengo problemas), pero de cualquier manera no hubo final feliz, más bien porque no los hay, porque los finales y la felicidad en la vida son escasos y de naturaleza variada y por matemática tienen pocas probabilidades de coincidir. Hubo un final y hubo felicidad, eso sí, aunque no necesariamente en ese orden y no entonces. Hubo luego más finales y otras felicidades, de cada uno por su lado. Pero igual que esa vez, egoísta y torpe, sólo podría dar razón de los que me tocaron (no los que me correspondieron sino que se acercaron y me tocaron, pues de otra manera no me habría dado cuenta).

miércoles, julio 04, 2007

2012

El mundo se va a acabar. Y todos nos vamos a morir. Y mañana será otro día (con o sin mundo; amanecerá en Marte y Júpiter). Ahí es cuando me pregunto qué es el mundo, si somos nosotritos, accidentes sonrientes a ratos, o todos, al tiempo e indiferenciados, o unos pocos que no nos incluyen, o lo que sabemos y lo que creemos, o sólo el planeta (perdón por lo de sólo). Si nos acabamos completos o a pedacitos o si somos hermanos y hermanas muriéndonos (si nos morimos) o si implotamos sin ruido, cada uno en su esquina diligentemente reunida y esculpida (para los que alcanzaron). ¿Y si fuera cierto y el 2012 fuera el último hito que le llegáramos a leer al tiempo? En ratos de harta indignación quisiera uno creer que es verdad para no averiguar cuánto más abajo es abajo, respecto a nuestros alcances. ¿Será que nos levantamos analfabetos o no sabiendo qué fue de occidente (e ignorando a oriente por falta de referencia cardinal) o mudos o ciegos o con alas en la espalda y avergonzados por no haberlas pedido o con una espada de fuego parada en la puerta del cuarto diciéndonos que quiubo a ver, háganle? Imaginemos, aunque sea por la gana de no dejar que el miedo a la lluvia de fuego y a las bestias de siete cabezas debidamente hambreadas para la ocasión nos haga gritar caos, que el tiempo, a punto de acabarse, comienza a ponerse más y más lento, como atravesando una jalea invisible, permitiéndonos ver (que no se diga que nos vamos con un mal recuerdo) su verdadera forma, con cada uno de sus minutos y segundos (sus nombres en correcto hebreo, supongo) nítidos como una sombra. Al menos podremos sorprendernos de si era lindo o no el bicho y si, a la larga, merecía tanta bulla y atención. ¿Pero y si no se trata más que de un hipo en la trama de las cosas y, por un instante, hay un silencio definitivamente absoluto que nos mete miedo hasta los huesos para después seguir, con todo y la cara burlona, como si nada, en la algarabía consoladora de antes? Tal vez deberíamos hacer el último concurso para diseñar el fin del mundo más hermoso y/o más interesante (aclaración: no el más acertado, pues lo más probable es que una cosa excluya a la otra), con premio simbólico, el mero orgullo será, porque no se cree que el único Sobreviviente (o Sus elegidos, distraídos en el estreno del juguete nuevo de la telepatía y la comunión con los leoncitos y las ovejas) ande para atender semejantes minucias cuando estará pensando en Su merecido descanso, entendiendo que si seis días de creación cansan, qué no serán cinco milenios de aguante. Ya registran las noticias que en el 2011 las fábricas de desmanchadores se enriquecerán por última vez, en previsión de la proliferación de sangre en el lavaplatos y en abril. De llegar a ser verdad que el callejón no tiene salida, ojalá sea contagioso el masoquismo, así llegamos todos igual de preparados.