Llego al claro y extraño la luna, pero puedo ver el brillo de los ojos disfrazado en las sombras. El lobo. Me acerco y él camina hacia mí. Sonrío y él sonríe. Pero no, no sonríe. Su hocico parece incómodamente enorme y babea siguiendo el ritmo espeso de su respiración. Lo arruga con desconfianza. De pronto oigo algo tras de mí. Doy la vuelta y lo veo.
Un lobo. Es más pequeño y flaco. Parece un perro salvaje. Y detrás de él otro más.
—Un lobo —susurro, y empiezo a temer. El tercero es enorme como una mano capaz de aplastarme. Todos se acercan despacio. Un cuarto lobo gruñe a mi derecha. —¡Un lobo! —intento gritar, pero apenas gimoteo. Tiene el pelaje largo y pegoteado. El calor de sus alientos empieza a rodearme junto con el olor reconcentrado de la sangre y la carne putrefacta. No sé en qué momento llega el quinto, pero estoy seguro de que ahora hay uno más.
El miedo resulta incontenible y finalmente estalla para salir de mi cuerpo. —¡Un lobo, un lobo! —grito con desesperación y me hace eco el eco de un disparo incongruente en algún lugar muy alejado. Por un instante brevísimo, antes del dolor, el primer mordisco se siente como una bienvenida. Claro, pienso al final. Claro.
sábado, marzo 24, 2012
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