Lo primero que piensa es que todas las playas son iguales y que, por extensión, todos los náufragos lo son. El sol ya lo ha secado y el hambre todavía no lo reclama, así que se queda sentado mirando hacia el mar, del que acaba de salir, como la cosa extraña que es, el monstruo de piel brillante y entrañas oscuras que estuvo a punto de tragárselo. Le parece imposible haber llegado a través de eso; siente un escalofrío más grande que él mismo, algo antiguo que es la comprensión pura de una cosa que no llega a imaginar. Sin descifrarlo, se acuesta sobre la arena, cierra los ojos y duerme.
Sueña con una llegada a una playa. La figura sobre la arena es una persona pero es también una letra. Es el mar quien escribe. La persona es él y no es. Entiende, o cree entender, que cada movimiento del náufrago (la persona del sueño que él puede ver desde algún lugar distante) es una nueva letra, pero no conoce el alfabeto y las palabras se desvanecen antes que la sensación del entendimiento. Su piel tiene el color de la arena y cuando mira sus manos, que son las mismas del náufrago y le sirven igualmente para arrastrarse sin fuerza por la playa, alejándose del mar, se da cuenta de que son de arena, que está hecho de arena y que su pelo son algas, y que el sol, al secarlo, está provocando que se deshaga, lo está matando.
viernes, enero 02, 2009
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