Un gato es un preámbulo indefinido a una arremetida, un mordisco y un arañazo. Los pájaros y otros bichitos tienen la mala suerte de enterarse con cierta frecuencia del caso, pero muchos (bichos o no) nos quedamos solamente con el anuncio, el título más largo o más suficiente para una historia. Este no soy yo, dice el gato con los ojos medio cerrados, mejor no averigüe.
A la indiferencia le gusta disfrazarse de cuando en vez de paciencia y para eso se pone, como si fuera un guante, la forma de un gato. Se sienta entonces a ejercerse, a aparentar que no hace nada cuando la verdad es que no le importa, y al primer engañado le revela que no es lo que parece, pero no le revela lo que es.
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El viento ayuda a deshojar un árbol que una enfermedad paciente está dejando sin verde, con las ramas vestidas a medias. En la esquina amarilla alguien pintó de un plantillazo en la pared un gato negro parado junto a la caja de teléfonos. Cuando las hojas del suelo se mueven para abrirles paso a las bolsas plásticas, gordas de viento, el gato sacude las orejas y corre a esconderse.