jueves, diciembre 01, 2011

Las paralelas nunca se encuentran. Metafóricamente, no importa.


Hace años, casi veinte, jugaba Dungeons & Dragons. No es una confesión porque no deben quedar muchas personas que no lo sepan. Digamos que es una admisión, con una finalidad narrativa: cada vez que la empresa que lo producía sacaba un suplemento nuevo, el universo de las reglas se trastocaba. Había cosas que no se podían volver a jugar porque no estaban contempladas dentro del nuevo sistema, así como justo antes de eso había cosas que no se jugaban porque nadie había dicho cómo se veían en forma de reglas conocidas. Éramos pequeños y era un juego.

Ahora pertenezco al gremio de la corrección de estilo. Pues bien: cada que la Real Academia de la Lengua reconsidera su gramática se nos trastoca la tarea. Dejamos de escribir Qatar para escribir Catar, porque así lo dicta. O ya no escribimos 1º sino 1.º, porque, claro, así es más lógico, y antes de esa observación la manera en que lo escribíamos no tenía sentido y el mundo era un caos de desinformación. Separamos los signos $ y % de los números que acompañan porque corresponden a palabras y entre palabras debe haber un espacio, o ya no usamos puntos para señalar los miles en una cifra porque la globalización nos está enredando la diferencia entre punto y coma (culpa de los gringos, obvio). O simplemente nos negamos a usar una palabra porque no se encuentra en el diccionario (que es como las páginas amarillas del idioma (chiste local)), no importa que la usemos a diario y que prácticamente todas las personas que conocemos, con la posible excepción de correctores o puristas demasiado celosos, la entiendan. Pero somos adultos y se trata de una cosa seria.

martes, octubre 11, 2011

Lo que se dice de este blog (o su autor) en otras partes

"El literato peor leído del mundo".
The New Yorker

"Si me dieran un centavo por cada vez que sus reflexiones me inspiran lástima, tendría un centavo y estaría viendo cómo cobrar por las veces que me inspira aburrimiento".
Times Literary Supplement

"Su mera existencia es una ofensa para la intelectualidad. Me quita todas las ganas de citar a alguien".
El Espectador

sábado, septiembre 10, 2011

254896137

Quiero un gato para ponerle Sudoku. Que sea a rayas. Después me las arreglo con el hecho de que no se crucen. Que maúlle números en japonés. Que el número de maullidos sea siempre nueve. Que el orden cambie siempre. Que quiera decirme algo con cada serie distinta de maullidos, 45 ideas complejas que no le voy a entender. Pero que nos entendamos, de todas formas. Yo lo aguanto, él me aguanta. Que de vez en cuando me muerda sin razón y yo me lo sacuda con rabia y nos miremos fijamente cuando caiga en el rincón (de pie, claro: no esperamos mayor falta de originalidad en un gato), con cara de cuchillo él y con cara de zarpazo yo. Entonces me maullará el inicio de algo y decidirá que no va a desperdiciar su filosofía conmigo. Gato hijuemadre.

viernes, septiembre 09, 2011

Monterrosiana

Ventaja del hombre invisible: muy al contrario (o al contrarísimo) de los vampiros, se refleja en todas las superficies. Su favorita (la fascinación a medio camino entre la alegría y el vértigo) es la hoja en blanco.

miércoles, septiembre 07, 2011

¡Arriba los libros, abajo las fotocopias! (así quedan sin arrugas)

Se aíra un profesor caleño en la sección de cartas de los lectores de El Espectador: "las universidades son el emporio de la fotocopia". Eso va en medio de otro lamento por la muerte del libro y, con él, de la cultura. Claro. Son la misma cosa. Por eso sólo empecé a leer de verdad cuando conseguí con qué comprar libros.

Nadie ha hablado de lo perjudicial que es para el entendimiento (y, a la larga, para la cultura) leer en hojas carta apaisadas y grapadas. La grapa es la clave, me atrevo a especular. Los estudios y las celebraciones del papel del papel en la evolución de Occidente han quedado incompletos por los siglos de los siglos, porque sólo le reconocen a la encuadernación méritos de comodidad y almacenamiento. Qué va. Somos lo que somos (quienes lo somos, claro está; los que no leen o los que leen en fotocopias no, ni soñarlo) gracias al lomo de los libros. La conclusión es vieja: qué burro el pasado, qué burro el futuro.

jueves, septiembre 01, 2011

*

Ayer creí ver un pájaro pequeño y verde
Luego descubrí que era una golondrina mareada
(Mucho tiempo al sol)

viernes, julio 01, 2011

a dove, an action

A dove flies from one window ledge to another across the street, first dipping down steeply, then recovering & rising, its body held vertically so that it seems to climb the air. For a moment before alighting it is less a bird than an action which, suspended against the tramwires, the wrought iron balconies, the dirty pastel walls, tells the truth about not just these things but everything.

lunes, enero 03, 2011

Anoche soñé

Mi nuevo nombre era Julio Ortega: protección a testigos, aunque no sabría decir testigo de qué. Del Ortega estoy seguro, del Julio no tanto. Me acababan de entregar mi nueva cédula, y creo que me especificaban detalles sobre la nueva vida. En el banco no me cambiaron un cheque al ver que la cédula era nueva. La sospecha rayaba los ojos del cajero, pero prefirió explicar que era porque todavía no la tenían registrada y que yo tenía que esperar un par de días a la actualización. Era el Banco Popular; hago pública aquí mi queja.

Desde el balcón de una casa grande y con ínfulas de modernidad de mitad del siglo XX veo que los brasileños comienzan a construir un rascacielos de bambú a medio camino hacia el horizonte. Ya tienen la estructura central y parte de las paredes; la parte más alta está rematada con una cúpula en forma de cebolla rusa de un rojo muy brillante. Todo el edificio se bambolea con el viento. Se supone que va a ser el edificio más alto del mundo. Me pregunto si será tan alto que, en caso de temblor y desplome, alcanzaría a llegar a mi casa. De pronto tiembla. Se me olvidan el rascacielos y su caída cuando me doy cuenta de que los barcos del puerto (porque, claro, no estoy lejos del puerto), enormes y blancos como hospitales, rompen el suelo empujados por las olas y siguen navegando a través de él como si sólo fuera una costra de cemento y pasto flotando sobre el mar. El primer barco apenas se acerca al balcón y creo que el susto ha pasado, pero al salir por el otro lado de nuestro edificio sentimos que otro barco lo golpea y lo quiebra como una galleta, y su proa gigante brota por el costado. Extrañamente empezamos a recorrer la cubierta del barco y sus pendientes con alegría, estrenando un parque inesperado.

Los zombis atacan poco después. Según parece el temblor los despertó. Al principio pensamos que es fácil evadirlos, pues son torpes y lentos, y nos ponemos a jugar mientras vemos a otras personas en el parqueadero que caen atrapadas y son devoradas. Pobres, pensamos, cómo no se dan cuenta de que es un engaño. Sin embargo, nuestro juego es el que resulta engañoso. Mientras corremos de un lado a otro, creyendo que evadimos a algunos, los zombis nos rodean y de un momento a otro resultan ser demasiados. Corremos ahora sí desesperados y asustados. Soy el último, y los perros están a punto de alcanzarme. Tengo que saltar un par de vallas de alambre y lo hago sin mucha dificultad. Soy extrañamente leve y fuerte. Después de la primera quiero confiarme pero los demás, que ya están del otro lado de la última valla, me gritan que los perros la pasaron, que siga corriendo, que no pare. Llego hasta allá. Creo que salto, creo que la reja está abierta, creo que alguien saluda a los perros y los consiente.