domingo, agosto 12, 2007

Vidaliana

Hay guantes —y por alguna razón suelen ser los rojos, velludos por fibras de lana— que tienen la costumbre de vestirse una mano cuando sufren de frío. Al parecer no son las únicas prendas con esas tendencias, y cuando los fríos de abril se condensan en gotas, las casas con problemas de calefacción se vuelven una enciclopedia menor de fantasmagorías bufas. Las molestias que causen pueden siempre resolverse con una buena charla y algunas garantías intercambiadas, pero, y vuelvo a los guantes rojos y despeinados, en casos como este parece persistir, por encima de todo acuerdo, una malicia sonriente que los mantiene en su juego. Por eso no hay que sorprenderse más de la cuenta al toparse con un guante inflado y cómodo, como si a alguien (que bien podría ser uno mismo) se le hubiera olvidado sacar la mano al quitárselo. La sorpresa de las personas los divierte y con ello se alimenta el ego dactiliforme de los guantes rojos y felpudos, lo que llevaría, inevitablemente y con el tiempo, a su emancipación, cosa que no aceptaremos por lo menos hasta dentro de un par de meses, y con posibilidades de reconsideración cada noche y hacia el final del año. De modo que si se topa usted con su guante rellenito y cómodo, esperando sobre una mesa, no se asuste ni piense que alguien o algo lo viste mientras usted se descuida; tan sólo sacúdalo un poco, acompañando el movimiento con una o dos reconvenciones, evitando eso sí, dentro del más de sus posibilidades, llegar a creer que cinco protuberancias piensan más que una.