El mundo es:
a) Un pobre poema.
b) Un poema pobre.
c) Pobre en poemas.
d) Todas las anteriores (en ese caso Q.E.D.).
jueves, diciembre 16, 2010
martes, octubre 26, 2010
XLIV
Dónde está el niño que yo fui,
sigue adentro de mí o se fue?
Sabe que no lo quise nunca
y que tampoco me quería?
Por qué anduvimos tanto tiempo
creciendo para separarnos?
Por qué no morimos los dos
cuando mi infancia se murió?
Y si el alma se me cayó
por qué me sigue el esqueleto?
sigue adentro de mí o se fue?
Sabe que no lo quise nunca
y que tampoco me quería?
Por qué anduvimos tanto tiempo
creciendo para separarnos?
Por qué no morimos los dos
cuando mi infancia se murió?
Y si el alma se me cayó
por qué me sigue el esqueleto?
Pablo Neruda, Libro de las preguntas
martes, agosto 31, 2010
Norma
"Necesitamos unos guiones para videos. Algo sencillo. No sólo porque están dirigidos a niños de primaria y porque son breves, sino porque no hay presupuesto. Que no toque conseguir nada. Si es posible hacerlos sin actores ni objetos, mejor".
miércoles, marzo 03, 2010
JACS
Me acabo de enterar de que alguien de quien fui muy amigo hace años fue víctima de una golpiza en el 2007.
La otra noche me lo encontré de casualidad (digámoslo así a falta de explicación más pintoresca) y, por supuesto, se ve bien. No noté que tuviera una cicatriz o algo. Hablamos de bobadas, un poco de afán y mucho por formalidad: yo no dije nada que el planeta no pueda saber aplicando un poco de sentido común; él me sorprendió diciéndome que se había casado hacía tres años. Y ya. Sigue cada uno su camino y todo vuelve a su versión más reciente de la normalidad. Lo de la golpiza lo supe por otro lado, no porque él me lo dijera.
La vida de los demás me atraviesa y se va, sin darme tiempo para resolver si lo hace porque es inmaterial para mí o porque soy inmaterial para ella. Ese es el resultado de decisiones que ya no recuerdo cómo tomé ni por qué. De nada sirve que todavía me importe.
La otra noche me lo encontré de casualidad (digámoslo así a falta de explicación más pintoresca) y, por supuesto, se ve bien. No noté que tuviera una cicatriz o algo. Hablamos de bobadas, un poco de afán y mucho por formalidad: yo no dije nada que el planeta no pueda saber aplicando un poco de sentido común; él me sorprendió diciéndome que se había casado hacía tres años. Y ya. Sigue cada uno su camino y todo vuelve a su versión más reciente de la normalidad. Lo de la golpiza lo supe por otro lado, no porque él me lo dijera.
La vida de los demás me atraviesa y se va, sin darme tiempo para resolver si lo hace porque es inmaterial para mí o porque soy inmaterial para ella. Ese es el resultado de decisiones que ya no recuerdo cómo tomé ni por qué. De nada sirve que todavía me importe.
domingo, febrero 28, 2010
¡Feliz 2007!
O el año que se quiera; la única condición es que sea un año que ya pasó. Agarrarlo por la colita de lagarto reseco por el sol y volver a mirarlo, de arriba abajo, para encontrar en él un feliz año, como sea que haya sido en realidad, con toda su mierdidumbre.
viernes, febrero 26, 2010
No. 3 ó No. 6
Cuando llegué de Cáqueza a Bogotá pasé de un curso de 20 alumnos a uno de 49, de un colegio con un solo tercero de primaria a uno con seis cuartos. Yo estaba en 4º F, pero no recuerdo si era el número 21 o el número 23. Años más tarde nos íbamos a llamar por el apellido, sobre todo, pero hoy supongo que, más pequeños y más prácticos, preferíamos llamarnos por el número de lista. Mi mejor amigo era el número 3 o el número 6, no estoy seguro. No me acuerdo del nombre (no sé si alguna vez lo supe) y tengo la impresión de que el apellido era Bernal, pero lo dudo. Nechi era Bernal, así que si el apellido de mi mejor amigo de cuarto de primaria era Bernal me acordaría. Recuerdo que era muy blanco, con pecas y el pelo mal cortado; tenía los brazos redondos (yo siempre fui horriblemente flaco y cualquiera tenía los brazos redondos) y tal vez los ojos claros; tal vez, también, era un poco lengüesopa. Decía que corría rapidísimo, pero una vez le gané sin mucho esfuerzo y pasé buena parte del resto del año sintiéndome el más rápido del curso. Nunca corrí rápido. Al salir al recreo íbamos cogidos de la mano a la cooperativa y una vez que le dije que me sentía incómodo (sin usar la palabra incómodo, claro) me dijo que no estaba mal, que si entrelazábamos los dedos era como si fuéramos novios, pero con la mano apenas cogida no importaba. Ya en bachillerato me dí cuenta de que muchos niños de primaria andaban igual por el patio. También lo recuerdo por otra cosa: fue una de las primeras personas a las que les oí decir "si usted es amigo de él no es amigo mío". Ya no sé quién era "él", pero estoy casi seguro de que eso tuvo que ver con que dejáramos de hablar. No sé tampoco cuánto tiempo fuimos los mejores amigos. Sé que en ese mismo año tuve a César y a Diego de mejores amigos, en momentos diferentes, y recuerdo pasar los recreos con cada uno como si hubiera sido por muchísimo tiempo, o mejor, como si hubieran sido muchísimos recreos. No recuerdo el número de César (¿38, 43?) ni el de Diego (¿23, 25?). No sé si en realidad estoy mezclando recuerdos de 4º con recuerdos de 5º; no sé si mi primer mejor amigo en Bogotá siguió en el colegio por algún tiempo más o si al año siguiente ya no estaba. De él sólo recuerdo poco menos de un párrafo.
martes, febrero 23, 2010
Historia de una vida
Ralph Waldo Emerson vivió en 1800. Tuvo una vida admirablemente intensa y murió a los 88 años, tres días antes del año nuevo de 1801. Sus padres lo describieron como un inquieto borrón que los acompañó durante unos meses, dejando manuscritos concluidos por toda la casa, que luego ellos llevaban donde un editor. Por su parte, Emerson escribió de sus padres que eran estatuas inmutables de pocas palabras, tal vez ocho o nueve en toda una vida. Un doctor que visitó la casa Emerson en la noche del 13 de abril, debido a una fiebre que aquejaba a la madre, mencionó como cosa memorable la omnipresente brisa provocada por las páginas de libros y libros que se abanicaban aparentemente solos en medio del aire cuando Emerson los leía.
martes, enero 12, 2010
Lo que me he ganado
Recuerdo. Por ejemplo, que estaba en tercero de primaria y que rifaban algo. Creo que un esfero y una estampita de María Auxiliadora (recuerdo también la emoción que todos sentimos, eso fue en segundo, cuando la profesora nos dijo que al día siguiente lleváramos un esfero rojo y uno azul porque íbamos a dejar de escribir en lápiz) (la estampita era consecuente porque yo estudiaba en la Anexa Mixta del María Auxiliadora de Cáqueza). Casi al final grité un número, ví cómo la profesora me ignoraba y, luego, cómo César lo decía en voz alta (el mismo número, sé que era el mismo número, pero no recuerdo cuál era; tal vez ocho). La profesora dijo algo y César se ganó el esfero y la estampita, si es que eran eso. Le pregunté por qué no me los había ganado yo y me dijo que no era mi turno, que había gritado cuando no me tocaba hablar. Las lecciones son una mierda, y yo fui el verdadero ganador de esa rifa.
Eso recuerdo. Es una de las pocas veces que he sentido que me gané algo, aunque nunca lo recibiera.
Hay otro recuerdo de tercero. Hicieron un concurso en toda la primaria para dibujar la vida de Juan Pablo II. Con tanto material tan barroco a favor, no sé por qué los colegios católicos se deciden por lo más desabrido. A falta de inspiración copié la vida de Maria Mazzarello que habíamos dibujado todos, siguiendo las instrucciones claras de la profesora o de una practicante, en segundo. La misma división de la página, la misma cuna con forma de media luna, la misma familia compuesta por caritas sonrientes. Recuerdo a Sor Susana, la directora del colegio, admirando mi trabajo (no sé qué hacía yo justo ahí, tan cerca), y a Sor Myriam (o como lo escribiera), la monitora de la primaria, diciendo que el autor estaba justo ahí, bien cerca. Me dieron algo así como un premio especial. Alguien debió adivinar una ambición sin fábula en esa paginita y consideró apropiado reconocérmela. Me dieron un vaso con forma de tótem agustiniano o incorrección por el estilo, lleno de gomitas que no recuerdo si me comí solo o con ayuda y que muy seguramente no tenían muy buen sabor, porque si algo recuerdo muy bien es que el vaso ese olía terriblemente a pintura y, por mero contacto, las gomitas también.
Recuerdo el vaso rompiéndose, ese mismo año, sin haber llegado a tener vida útil como recipiente para lápices y esferos. Símbolo tremendo. Puede que en realidad me esté acordando de un soldadito de plomo de cerámica que me regalaron una Navidad, años más tarde, y que me parecía muy bonito aunque fuera perfectamente inútil. Se cayó de mi mesita de noche mientras tendía la cama y lloré mucho, pero después, con una todavía de rabia, pensé que había desperdiciado mis lágrimas (muy convencido, ya desde entonces, de que lloraba algún mineral precioso desconocido), que nada había cambiado en el mundo inmediato porque se hubiera roto el soldadito. Otros habrían procedido a romper el resto de sus posesiones terrenales para festejar la epifanía. Yo, una vez más en un rapto de aridez imaginativa, me convertí en quien soy.
Mi papá guardó la biografía de Juan Pablo II. Hace un par de años, con la alevosía del ocio, la sacó después de un almuerzo familiar. Si creyera en el destino estaría obligado a creer que esa es toda la gloria que puedo esperar. Eso suponiendo que además de creer en el destino creyera en la gloria. No voy a negar que sí tengo algo de ambición, después de todo, y que incluso sueño con ser un escritor famoso, aunque reconozca que para llegar al adjetivo tengo que pasar (o empezar) con el sustantivo; pero la gloria, cuando no anacrónica, me parece exagerada. Mucha no va a quedar si, al momento de ver descender el carro de fuego que viene a recogernos, los nervios nos ensucian los pantalones, de modo que la gloria misma se vuelva contradictoria.
Queda la memoria, que también está sobrevalorada, pero que de los males necesarios es posiblemente el menos mal. Tal vez fuera más apropiado hablar de malinterpretaciones necesarias en este caso. Quedan los recuerdos, que finalmente son como cuentas sin collar. Las dos únicas cosas que recuerdo haberme ganado no me las gané, porque soy tramposo, digámoslo, y son recuerdos que nadie más tiene y, a partir de ahora, son palabras que casi nadie va a leer. Son verdades diminutas que no contribuyen para nada a la ilusión de la gran verdad, que es también la telenovela más larga de la historia.
Eso recuerdo. Es una de las pocas veces que he sentido que me gané algo, aunque nunca lo recibiera.
Hay otro recuerdo de tercero. Hicieron un concurso en toda la primaria para dibujar la vida de Juan Pablo II. Con tanto material tan barroco a favor, no sé por qué los colegios católicos se deciden por lo más desabrido. A falta de inspiración copié la vida de Maria Mazzarello que habíamos dibujado todos, siguiendo las instrucciones claras de la profesora o de una practicante, en segundo. La misma división de la página, la misma cuna con forma de media luna, la misma familia compuesta por caritas sonrientes. Recuerdo a Sor Susana, la directora del colegio, admirando mi trabajo (no sé qué hacía yo justo ahí, tan cerca), y a Sor Myriam (o como lo escribiera), la monitora de la primaria, diciendo que el autor estaba justo ahí, bien cerca. Me dieron algo así como un premio especial. Alguien debió adivinar una ambición sin fábula en esa paginita y consideró apropiado reconocérmela. Me dieron un vaso con forma de tótem agustiniano o incorrección por el estilo, lleno de gomitas que no recuerdo si me comí solo o con ayuda y que muy seguramente no tenían muy buen sabor, porque si algo recuerdo muy bien es que el vaso ese olía terriblemente a pintura y, por mero contacto, las gomitas también.
Recuerdo el vaso rompiéndose, ese mismo año, sin haber llegado a tener vida útil como recipiente para lápices y esferos. Símbolo tremendo. Puede que en realidad me esté acordando de un soldadito de plomo de cerámica que me regalaron una Navidad, años más tarde, y que me parecía muy bonito aunque fuera perfectamente inútil. Se cayó de mi mesita de noche mientras tendía la cama y lloré mucho, pero después, con una todavía de rabia, pensé que había desperdiciado mis lágrimas (muy convencido, ya desde entonces, de que lloraba algún mineral precioso desconocido), que nada había cambiado en el mundo inmediato porque se hubiera roto el soldadito. Otros habrían procedido a romper el resto de sus posesiones terrenales para festejar la epifanía. Yo, una vez más en un rapto de aridez imaginativa, me convertí en quien soy.
Mi papá guardó la biografía de Juan Pablo II. Hace un par de años, con la alevosía del ocio, la sacó después de un almuerzo familiar. Si creyera en el destino estaría obligado a creer que esa es toda la gloria que puedo esperar. Eso suponiendo que además de creer en el destino creyera en la gloria. No voy a negar que sí tengo algo de ambición, después de todo, y que incluso sueño con ser un escritor famoso, aunque reconozca que para llegar al adjetivo tengo que pasar (o empezar) con el sustantivo; pero la gloria, cuando no anacrónica, me parece exagerada. Mucha no va a quedar si, al momento de ver descender el carro de fuego que viene a recogernos, los nervios nos ensucian los pantalones, de modo que la gloria misma se vuelva contradictoria.
Queda la memoria, que también está sobrevalorada, pero que de los males necesarios es posiblemente el menos mal. Tal vez fuera más apropiado hablar de malinterpretaciones necesarias en este caso. Quedan los recuerdos, que finalmente son como cuentas sin collar. Las dos únicas cosas que recuerdo haberme ganado no me las gané, porque soy tramposo, digámoslo, y son recuerdos que nadie más tiene y, a partir de ahora, son palabras que casi nadie va a leer. Son verdades diminutas que no contribuyen para nada a la ilusión de la gran verdad, que es también la telenovela más larga de la historia.
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