jueves, mayo 24, 2007

Natasha

Hay dos cosas de las que no llevo la cuenta: el número de veces que aludió a su propia muerte (P. ¿Por qué hace eso? R. Porque me quiero morir) y el número de veces en que, ya sin hablarnos, me la he encontrado de casualidad (así ella se haga la que no me ha visto). Por eso la última vez que la vi sólo pude pensar en mi propia muerte, como si ella se hubiera convertido en una especie de emblema y se le hubieran disuelto con el tiempo de no verla los demás rasgos que eran ella para mí. Una parte, claro, se pregunta si todavía le da vueltas a la idea o ya no se las da de lo afianzada que está, sólo a la espera, pero otra parte la entiende perfectamente, sea cual sea la decisión que haya tomado. La oigo hacer una pregunta simple pero con una tristeza que duele; creo incluso que se le quiebra la voz mientras la hace: desesperadamente sola en la primera fila de un auditorio (evitó la tercera cuando me vio). Tarde o temprano llegaremos al punto en que desahogar la tristeza haciendo preguntas perdidas sea la única manera de seguir viviendo, como si respirar dejara de ser un sustento para pasar a ser una razón, la única y hasta última.

No hay comentarios.: