miércoles, diciembre 24, 2008

Mi gato es un bibliófilo


Aunque él alega que el libro lo sedujo, no puedo creerle. A mí me está costando trabajo terminarlo.

martes, diciembre 23, 2008

I Love the Smell of Mornings in the Morning

Por alguna razón los olores de los últimos días me recuerdan los mismos días de hace muchos años. Tal vez sea la expectativa del viaje, la idea de que voy a volver a tener vacaciones en la forma en que las conocí por muy poco tiempo cuando era niño, ensardinado por horas en un bus o un carro mientras afuera el paisaje cambiaba hasta convertirse en otra cosa, la superficie de otro planeta que se me metía por la nariz.

Tal vez sea la fecha. Pero no creo, porque en ese caso sería cosa que se repite cada año y algo que tiene en esta ocasión es una mezcla de descubrimiento y déjà vu por volver a abrir, sin querer, sin darme cuenta, la caja de cachivaches, la mesa de noche. (Esperen una taxonomía de las sensaciones que produce abrir una mesita de noche.) Este año, en cambio, ni las luces de navidad pudieron emocionarme, de tan solar que estoy.

El sol, los charcos, las cobijas al levantarme, los ruidos de la calle, el paso de los buses, todos huelen a paseos por Ibagué o Santa Marta o Bucaramanga o Cali. Es un mundo húmedo, nítido, tan elemental como un piscinazo, donde el pan sigue estando a una cuadra o dos y sigue valiendo lo mismo, pero sabe totalmente diferente. Los días, como cualquier vida, están llenos, aunque sea de desespero por el ocio. Todo zumba, todo está vivo e inquieto. Así, en medio de una hiperestesia febril, me imagino que debería terminar el mundo.

jueves, diciembre 18, 2008

Terapia

El paciente (F., 31, un diente desportillado, miope, barriga incipiente, calvicie no tanto y una inmadurez complejísima), se queja de sus compañeros de trabajo y del trabajo de sus compañeros. "Burros cerrados, tapiados por dentro", son sus palabras. Aún así, se lava toda responsabilidad sobre cualquier corrección que pueda hacerles, pues, considera, no sólo no le corresponde sino que además no siente la autoridad.

Vista su insistencia en el tema, sorda a las justificaciones propias, el doctor Ñ. (Dios lo bendiga) lo enfrentó con el siguiente silogismo:

Si (a): A. y F'. (por si las confusiones) consideran que hicieron bien su trabajo.

Y (b): F. considera que hizo bien su trabajo.

Entonces (c): Los tres hicieron lo mismo.

Después de lo cual el paciente no regresó a consulta y decidimos considerarlo curado.

miércoles, noviembre 19, 2008

Cómo no empezar un trabajo de grado en Estudios Literarios

Si la vida es «una ilusión, una sombra, una ficción» (además de un frenesí, vale recordar), ¿qué viene siendo (o, por lo menos, era en el siglo XVII) la ficción, para que le correspondan semejantes compañías?

jueves, septiembre 25, 2008

Alice in Odderland, or Me Goes Global

This is the place beyond the mirror, the Puppeteer said.

No shit, Alice grunted.

Which way do you prefer to talk, said a pink polka dot caterpillar still slimy from its egg, oblivious of interrogation marks.

Downside up, Alice said. She was beginning to feel bored.

Oh, but that’s not fair from you, somebody say, or perhaps Somebody, who was also there.

And what about me stepping on you, asked Alice, her eyes two slits.

That’s fair the lessest, Somebody answered, since after all it (or he, you never know) was there.

Seemingly, I’m surrounded by assholes, Alice told herself but without making any effort not to be heard. There was a general murmur.

I’m General Murmur, he introduced himself knocking his spurred heels one against the other, I’ve been told you’ve been rude with these people that have been but nice to you.

Oh, no, God, I fucking love every single soul in this place; they’re so bright one can’t help it. For instance, those flowers over there—

(The flowers, hearing somebody was talking about them hissed full of conceit, scaring a poor blind mole who thought there was a snake near. The snake laughed so hard it choked on its own venom.)

—they’re great if you need directions. And then to the flowers she said, You heard me, motherfuckers.

I love quotation marks indeed, said the caterpillar a little too late and when there was nobody to care. But I can also do well with some dashes. Italics are lovely but odd, even disdainful—

I’ll crush it, I swear, Alice thought, and then aloud, I’d usually hate punctuation marks, they look like weapons or marks left by weapons. But I could use some interrogation marks right now, sharp as sickles and scythes. I’d use them to cut all your fucking heads off, starting with those flowers.

(The flowers trembled and then forgot why they were trembling so they thought it was an earthquake.)

Earthquake, they yelled.

To hell with you all, Alice screamed. I can’t fucking stand it anymore. I’m leaving.

Wrong, you’re a girl, somebody replied.

Or Somebody, Somebody said.

miércoles, septiembre 24, 2008

Ghostwriting


«La vez que fui a Bogotá» por Brad Pitt

Me soñaba sudando bajo la luz verde de plátanos y palmas, rodeado de ventiladores y jugando con el hielo en el vaso. De vez en cuando manoteaba para espantar a las moscas que querían mi comida y los mosquitos que me querían a mí. Antes de que anocheciera salía a caminar para aprovechar la indecisión del clima entre el bochorno del día y el fresco que se acerca, y recorría calles atestadas de nativos ociosos que se saludaban y enamoraban con pereza, como por tener algo que hacer mientras el alcohol surtía efecto y llegaba la hora de escabullirse hacia moteles, callejones, solares. El aire olía a una mezcla de sudor y frutas podridas. De pronto algo se movía por el borde de un alero bajito. Un gato, pensaba, pero al mirar hacia las tejas de barro cubiertas de maleza veía caer una iguana, bajada de una pedrada por un niño mueco y descalzo.

sábado, septiembre 06, 2008

Javier

Cuando lo veo a lo lejos, hablando con un grupo de personas, me pongo nervioso y dudo de saludarlo o no, pero por fin me decido y al acercarme ya está solo y recibe mi abrazo sin molestarse, aunque eso no me quita el nerviosismo. Después de intercambiar cortesías hay un silencio incómodo en el que pienso qué decir que no suene tan estúpido y que sirva para iniciar una conversación en la que por fin se de cuenta de que, a pesar de todo, no soy tan tonto y sí aprendí mucho de él: que no estaba tan ausente y distraido como podía haber parecido hace ocho o diez años. La persona a mi lado dice algo que no recuerdo. Lo veo responder y en ese momento me viene a la memoria un descubrimiento no tan reciente que, supongo, le puede interesar.

—¿Si se ha dado cuenta, le digo, que el mundo, las cosas en el mundo se mueven siempre con alguna música, que si uno pone algo o escucha algo, y se fija bien, se puede ver que todo se mueve a la par con esa música?

Dice que sí, pero su mirada no tiene problemas en conjugar la decepción con la sorpresa. Así sé que piensa que soy un pobre descubridor de nada y, a la vez, que eso es más de lo que esperaba de mí. Nunca voy a poder demostrarle nada, pienso, porque no tengo nada para demostrar.

Hay una elipsis. Otro grupo de personas, más grande que el primero, lo rodea. Yo estoy allí y todos lo escuchamos; algunos participan y yo mismo lo hago de vez en cuando. La admiración colectiva y la bulla me disimulan. El tema, creo, es el romanticismo alemán o la poesía japonesa, o los dos como uno solo. De pronto alguien se me acerca y dice, o no, algo que llama mi atención y cuando me doy cuenta me levanto y me voy, mientras él me mira como tantas otras veces, como siempre, y entiendo que volví a hacer lo mismo: no hay cambio para mí.

martes, julio 22, 2008

La tercera carta

Una vez, por curiosidad, por ocio, sembró frente a la casa un buzón. Una semana después recibió la primera carta. El sobre tenía una estampilla ilegible con un mapamundi que debió haber mirado con más cuidado. No tenía remitente. Adentro venía una sola hoja, casi en blanco, con una firma negrísima al final. Trató de descifrarla en todos los ángulos y sólo identificó una equis en medio de líneas gordianas. Se sintió tentada de escribir en el papel en blanco, pero al no poder resolver la firma no fue capaz de inventar nada en nombre de un nombre que no entendía. La guardó en el cofre que ya tenía listo para eso.

Dos días estuvo dándole vueltas a la idea de responder, enredándola en un esfero que giraba a la altura de su oreja sin decidirse a bajar al papel. Si alguien que no estaba la hubiera visto habría pensado que anunciaba a solas que algo dentro de su cabeza no funcionaba. Cuando la idea estuvo bien apretada alrededor del esfero y no fue posible darle más vueltas salió a caminar. No se dio cuenta de que el esfero se retorcía solo sobre el escritorio a medida que la idea recobraba su forma.

La segunda carta llegó al final de esa semana. La firma era la misma, pero esta vez creyó ver una be mayúscula un poco antes de la equis. La mayor parte seguía en blanco; ahora había un saludo: Mi amor:. La letra era clara y la tinta la misma de la firma, sin embargo no pudo identificar letras comunes entre los dos y se sintió aburrida. Dedicó algo menos de media hora al juego de descifrar y finalmente guardó la carta en el cofre.

Al abrir el buzón en la tercera semana (por reflejo, por impaciencia) encontró el tercer sobre, pero no la tercera carta. Después de abrirlo, viéndolo vacío y roto, se sintió violenta, desesperada. Pensó que le habría gustado guardarlo intacto, de haber sabido: como si la nada que traía se hubiera escapado y por eso ella se perdiera de un portento que habría podido postergar encerrándolo en el cofre. Pero el cuarto sobre y el quinto aniquilaron el portento. A partir de allí los guardó cerrados, después de revisarlos a contraluz, y fue con el séptimo que se dio cuenta de que todos eran el mismo. Su nombre y su dirección, el timbre sobre la estampilla, el golpe en la esquina, todo estaba exactamente en la misma posición. Se ensalivó el pulgar de un lengüetazo y lo pasó por las letras del sexto sobre. La tinta se extendió con la forma de un ala.

El octavo sobre traía un rectángulo oscuro y pequeño dentro. La luz no lo atravesaba y al doblarlo cedía como si también fuera papel. Su silueta se deslizaba por el fondo del sobre, de una esquina a otra, mientras lo columpiaba en el aire, decidiendo si abrirlo o no. El noveno traía algo más grande, tal vez una carta. El onceavo otro sobre.

Cansada, se tomó un café cargado y se sentó a escribir una respuesta. Le tomó tres días y llenó tres páginas. Al final la firmó con letra clara, como un desafío. Puso la carta detrás de las otras, en el cofre, y el cofre cerrado dentro del buzón.

Había pensado robarse un gato. Al menos era algo que podía verse bien, dormido encima del buzón.

lunes, julio 14, 2008

Fragmentos huérfanos

Un gato, gris y gordo como una nube, pasa corriendo y se esconde debajo de un carro. Mi vida en los últimos días se ha convertido en una sucesión de aleros: techos incompletos, vulnerabilidades a medias. Cuando comienza a llover el gato llora y por un momento me parece que la lluvia cambió de voz. Un minuto después, cuando las gotas limpian el aire, definiendo las cosas, y todos los colores se avivan y brillan, su murmullo estruendoso acalla mis imaginaciones. Sólo alcanzo a preguntarme cuál podrá ser el color verdadero del gato si estuviera bajo la lluvia, y de pronto ya no sé qué estaba pensando. Todo está quieto. Incluso los carros que pasan por la esquina parecen como si lo estuvieran haciendo para siempre. Todo es absoluto. Puedo estirar el brazo y toparme con una verdad, así no más, agarrarla en las manos y mirarla despacio, con paciencia y casi con sabiduría, cualquier cosa; todo comparte ese carácter. La sensación es de opresión y vértigo a la vez. Justo aquí, justo en este momento la capa de polvo que recubre al mundo cae y descifra sin querer las respuestas de miles de preguntas que todavía no se han hecho, y sólo estoy yo. O ni siquiera. El observador de este instante puede estar en cualquier otro lugar, y yo no soy más que una de las cifras necesarias.

*

Sueño con un cielo demasiado grande y de un azul inverosímil. Las nubes son blancas, a veces grises. Me angustia su movimiento, sus bordes indefinidos pero perfectos, la sensación de vacío del conjunto. Cuando bajo los ojos estoy en un patio grande, con un piso tieso y seco resquebrajado por relámpagos de pasto. Las paredes están muy lejos, y los techos que sostienen son muy bajos. Todo es exagerado, todo está al revés. Pero hay también un placer extraño en eso: el cosquilleo del vértigo, sobre todo, con algo más, algo que es casi tangible en el sueño pero que de este lado sólo es comparable a un sentimiento. Como si la felicidad hubiera encontrado un lugar preciso en mi pecho y al moverse sintiera su forma de mostro, sus espinas, sus miles de patas y uñas.
*

Me imagino ahora que me encorvaba sobre el cuaderno como un avaro y me hacía cada vez más miope. Pero entonces sólo pensaba en el movimiento sobre la hoja, las formas y los colores, aunque ninguno fuera mío, y transcribía los dibujos que me encontraba o me ponían en frente, rodeado por curiosos, admiradores y envidiosos. Tenía su atención y eso, a veces más que el mismo dibujo, era lo único que veía. Hoy sólo me queda suponer y me veo desde fuera, como en un sueño o como si hubiera muerto, y desde arriba, porque soy tan alto, porque era tan pequeño. Era tan pequeño. El espacio debajo de mi cama era un lugar posible. Cabía en una silla de juguete con un pupitre de juguete y me sentía fuerte por poder levantarlos. Me fatigaba atravesando a la carrera un patio que hoy me cabe en la palma de la memoria. Corría espantado y gritón por la calle, perseguido por un perro enano y feísimo. Montaba en una bicicleta que tenía la silla en el tope más bajo. Me dormía en el carro y me despertaba en la cama, sin el recuerdo de haber tenido que tocar el piso.

sábado, mayo 24, 2008

Tres gatos en una manzana

Un gato es un preámbulo indefinido a una arremetida, un mordisco y un arañazo. Los pájaros y otros bichitos tienen la mala suerte de enterarse con cierta frecuencia del caso, pero muchos (bichos o no) nos quedamos solamente con el anuncio, el título más largo o más suficiente para una historia. Este no soy yo, dice el gato con los ojos medio cerrados, mejor no averigüe.

*

A la indiferencia le gusta disfrazarse de cuando en vez de paciencia y para eso se pone, como si fuera un guante, la forma de un gato. Se sienta entonces a ejercerse, a aparentar que no hace nada cuando la verdad es que no le importa, y al primer engañado le revela que no es lo que parece, pero no le revela lo que es.

*

El viento ayuda a deshojar un árbol que una enfermedad paciente está dejando sin verde, con las ramas vestidas a medias. En la esquina amarilla alguien pintó de un plantillazo en la pared un gato negro parado junto a la caja de teléfonos. Cuando las hojas del suelo se mueven para abrirles paso a las bolsas plásticas, gordas de viento, el gato sacude las orejas y corre a esconderse.

martes, mayo 06, 2008

Primeras imágenes del jardín

En la puerta de la casa del viudo una matera con una violeta le paga a un gato aburrido para que la remplace. El gato se sienta a recibir el sol que le corresponde a la violeta y se va volviendo verde, mientras otras materas copian la idea; un perro y una susanita conjugados se hacen pasar por rosal, y el jardín entero parece un sueño afiebrado.
[Nadie sabe qué camino cogen todas las materas y sus matas. Alguien especula que hacen turnos en jardines extraños, para conseguir con qué pagar.]

*

Parece que la culpa es de la nostalgia
por unas manos que lo contengan
de desmoronarse en hojas marchitas
y aureolas de tierra reseca
sobre las baldosas
[como órbitas sin planetas]
como un icono habitado
por santos ausentes.

*

Hay un jardín abandonado
en la casa del viudo
que se desmorona y se deshoja.

*

Un camino de hormigas
llega hasta el castillo de las moscas
que también es una golondrina muerta.

*

Hay un jardín deshabitado en una casa abandonada
los dos compiten por olvidar
toda semejanza y apariencia.

miércoles, abril 23, 2008

109

«Tal vez las palabras que en distintas ocasiones, y a lo largo de cincuenta años de componer prosas, junté y luego eliminé han llegado a conformar en el Reino de los Rechazos (un país nebuloso pero no tan improbable, al norte de ningún lugar) una enorme biblioteca de frases descartadas, cuya única característica y acuerdo es carecer de la bendición que da la inspiración.»

—Vladimir Nabokov, "Inspiration"

lunes, abril 21, 2008

La mujer que afinaba cellos

Casi no me acuerdo de su cara, y eso que tuve todas las oportunidades, ángulos, distancias y distracciones para verla, faltándome sólo desde adentro.
Esta es una lista de algunas cosas que recuerdo de ella, o sea, esta es ella para mí tal como ahora puede ser:

El gorro de lana que tenía el primer día que la ví (durante el cual no fue más que la niña del gorro).
El cabello verde que nunca supe que se cortara o peinara (quería parecer un árbol).
Unos pies pequeñitos.
Unos fragmentos de voz.
Algunas palabras (por alguna razón no puedo hacer que la voz y las palabras se conjuguen en un recuerdo).
Un cuarto lleno de gatos (cinco en realidad, pero no se necesitan más para llenar un cuarto pequeño).
Un cello en el clóset.
La nieve.

Pensándolo hoy, es muy rara la manera en que construimos nuestros propios mostros con despojos de memoria y eso nos basta para quererlos.

viernes, abril 18, 2008

Ascending

Hay escalera. Hay una escalera, y sube (para mí). Es verde o parece verde o se ve. Yo la veo verde pero, cuando me fijo, ni las paredes ni el suelo y mucho menos el techo son verdes, y la puerta es lindamente café, pintada no hace mucho, esmaltada y con gotas de una mala mano. Tiene luz, es recta y alta, la escalera. No sé cuánto llevo subiéndola cuando los escalones ya son piedras apiladas cubiertas de musgo. Ahora sí es verde de veras. Llego a otra puerta. Al fin, pienso, pero no tengo ni idea de al fin qué, qué hay al otro lado, dizque arriba. Pero no es arriba. Al abrir la puerta hay un tramo como de tres escalones gordos, con piedras perezosas acomodadas con pereza, y al final otra puerta, también de madera como las de antes, pero vieja, con tablas agrisadas por el tiempo y las vetas renegridas y profundas. Subo, abro. Otros tres escalones y otra puerta. La historia comienza a repetirse a partir de allí. Es incómodo abrir las puertas porque toca retroceder para darles espacio.

jueves, abril 17, 2008

¡Barsoom!

La puerta del baño tiene las llaves colgadas de un gancho plástico. Adentro espera la mosca, encerrada desde ayer, drogada con una sobredosis del ambientador que se derrite pegado a la toma. El jefe sufre del corazón desde un susto que tuvo hace años (al parecer antes todo iba bien) y el médico le dijo que evitara todos esos perfúmenes que podían alterarle la tensión. Siendo parte de una generación educada con mano algo fuerte tal vez habría sido mejor que el médico no le dijera sino que le ordenara, buena forma de que la receta se fije en la memoria y no se resbale contra una superficie encallecida por el tiempo y el orgullo de macho. Aunque cabe la posibilidad de que no sea cuestión de olvido y todas las mañanas, recordando la tristeza que por una razón u otra no ha podido perder en los últimos veinte años, entre al baño a respirar hondo frente al espejo salpicado, sintiendo cómo la sangre sube a su cabeza a la par que la lavanda reconcentrada traza el arbolito bocabajo de sus pulmones, queriendo morirse sin llorar y sin ser visto, sólo extrañado, mientras la mosca lo mira atontada. Más tarde, igual de tonta, me mira. Si quisiera podría aplastarla, así de lenta está. En cambio la dejo salir para que se dé en la cabeza contra el vidrio que divide la oficina, el que tiene el letrero dorado de GERENCIA. Mientras trabajo, presiono una letra por cada golpe con que ella insiste. Tal vez necesite todo el enjambre si alguna vez aspiro a una novela. Tal vez los campos de lavanda no tienen nada que ver con el jefe sino que vienen por mí y mientras tanto se ejercitan con bichos más pequeños, dejándome acumular mareo en los oídos y la nariz, sólo por estar a dos metros del baño. Cuando decido salir a respirar, así sea para disipar las malas paranoias, me doy de frente contra la puerta de vidrio, más rápido o más lento que yo mismo y naufragando en descoordinación, dándome tiempo de ver al búho blanco y negro de cerámica que vigila la entrada cuando estira el cuello, que no creí que tuviera, y se traga de un solo estirón a la mosca en el momento en que la pobre planea escapar aprovechando mi salida. Antes de morir alcanza a gritar: “¡Barsoom!"